Bombo por acá.
Bombo por allá.
Gente bailando, que parece volar, porque apenas toca el suelo.
Chiquitos riendo.
Grandes riendo.
Espuma de carnaval por todos lados.
Coreografías hermosas y por sobre todo, color y alegría.
Ver a la murga era mágico.
Y siempre decía:
''Mami, quiero estar ahí.''
Un día, por hartazgo, mi mamá dijo que sí.
Juro que salté por todo el barrio.
Que digo salté, volé.
No tocaba el piso.
No existía el suelo.
Recuerdo que Los Pecosos de Floresta practicaban en mi plaza favorita.
Recuerdo que mamá me llevó a mi primera práctica.
Todos mis nuevos compañeritos de murga me decían:
''¿Y? ¿Estás nerviosa?''
¿Nerviosa? ¿Que son los nervios?
Yo estaba con toda la energía en el cuerpo.
Con una sonrisa que no cabía en mi carita.
Mi respuesta a lo de los nervios fue:
''No, solo quiero saltar. Es alegría.''
Lo único hermoso de cambiar de año, era saber que en poco tiempo, volvía la murga.
Volvían los bombos.
Volvían los bailes.
Las luces.
La adrenalina.
Las risas.
La recorrida por los barrios.
La espumita, que ahora yo no tiraba, sí no que esquivaba para poder seguir bailando y no resbalar.
Pum, pum, pum.
El bombo y los platillos te marcaban los pasitos.
El chiflido del silbato indicaba los saltitos.
Los profes a nuestro lado, guiandonos.
No sé, fueron días para no olvidarme más.
Y sé perfectamente que no lo voy a hacer.
Los pasos se recuerdan.
La música se tararea.
Y el amor no se olvida.
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