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jueves, 27 de marzo de 2014

Guriza. ~

Me acuerdo de caminar, muy despacito por todo el patio de mi abuela.
De ver los árboles, de jugar con mi perro, de sentarme a leer los enormes libros de mi abuelo, esos que hoy en día, no parecen tan enormes.
Me acuerdo cuando el mundo me parecía inmenso y solo quería llegar ahí, donde se escondía el sol.
Me acuerdo de cuando era una guriza. 
Que tiempos aquellos.

Hoy en día soy una adolescente, más considerada como una mujer.
Hoy en día el mundo ya no me parece tan inmenso, sí no que ahora es un pañuelo.
Hoy en día no tengo que pedirle ayuda a mamá para poder bajar los libros del abuelo del estante, no tanto porque estén altos, sí no porque son pesados.
Hoy en día tengo una perrita y no a mi fiel amigo Lobo, ese ovejero alemán de la infancia.
Hoy en día camino despacito por el patio de mi abuela, pero sin el andador con el que la perseguía.

De guriza, me gustaba escuchar las historias del abuelo.
Amaba levantarme a la mañana para ir a estudiar y sí lo hacía sola, me sentía más que orgullosa.
Ir a desayunar era una aventura de dragones, espadas, príncipes y todo lo que se me ocurriese en ese corto trayecto de mi cuarto hasta el comedor.
Los compañeritos de colegio, si bien eran molestos, también eran buenos jugando al Pato Ñato conmigo.

Actualmente, las historias de mi abuelo se callaron para siempre, ahora no son más que el eco que rebota en las paredes de mi memoria.
Ahora detesto levantarme, siempre mato al despertador de un golpe. Gasto más en despertadores que en comida. Y sí me despierto sola... Da igual, es una obligación.
Ir a desayunar ya casi ni me es frecuente. A lo sumo y como mucho, desayunaré en el Profesorado, si es que tengo el dinero necesario en los bolsillos y no lo gasté en cigarrillos con anterioridad.
Ya a esta altura de mi vida, no voy a estudiar para hacer amigos, sí no para graduarme de una buena vez. Al que le caiga bien, genial. Al que no, me da igual.

Cuando me dieron mi primer beso, fue algo raro. Primero era asqueroso, después fue torpe y terminó siendo raro.
Antes, me sentía chiquitita, muy chiquitita. Todo era enorme, era otro mundo. Casi no conocía la calle, solo la vereda, donde mi abuelo, a la izquierda, le cebaba mates a mi abuela que a su derecha, leía el diario. Los dos tirados en su reposera. Yo, jugando con el perro en solerito y haciendo que suenen lo más posible mis zapatitos de charol, que tanto reclamé.

Hoy en día, colecciono tantos besos que ya muy pocos me asombran realmente o me devuelven el sentimiento del primero. Lo único que me causan es extrañar esa torpeza al juntar los labios.
Mi abuelo murió, ya no nos ceba los mates. Mi abuela ya no sale a la calle, por la inseguridad que hay. Yo recorro la vereda sola, para ir al trabajo, luego al Profesorado y en algún fin de semana, salir con mi novio para dirigirnos al Centro de la ciudad, donde la vida nocturna nos espera.
Los vecinos ya no sacan las reposeras. Ni siquiera un banquito.
Y para colmo de colmos, ya no me quedan los zapatitos de charol, esos por los que tanto lloré y que una navidad, me regalaron por pasar a primer grado.

Ahora sí quiero algo, tengo que ir a buscarlo.
Ahora sí me lastimo, mamá no me cura la rodilla con magia.
Ahora sí estoy aburrida, no juego con mis amigos imaginarios.
Ahora sí me duele algo, tengo que ir sola al médico. 
Ahora sí me lastiman el corazón, mis amigos me limpian las lagrimas, no papá.
Ahora sí me gusta algo, tengo que ahorrar 3 meses de romperme la espalda en una silla para tatuajes y comprarlo. Está todo caro.
Ahora yo, me siento un bicho raro, porque de mi casa, muchas veces sale el sonido de un Tango de Gardel y no el nuevo tema de Pitbull.
A veces siento que pierdo a la nena, a la guriza que supe ser y que tan bien llevaba el papel.
Ahora solo sé trabajar, estudiar y disfrutar lo más que pueda.

Pero hay una costumbre de esa guriza que fui. Una que perduró.
Mirar el paisaje, admirar lo pequeño que hace a la vida en este planeta más grande.
Eso de pensar que estarán haciendo los demás mientras yo escribo estas lineas tan melancólicas.
Por suerte la guriza, me mostró señales de vida.

Quiero volver a 1995.

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